jueves, 8 de septiembre de 2016

Los acetatos tradicionales de la familia

Sábado 3 de septiembre del 2016

Era un día soleado y caluroso, me encontraba en la empresa Libar Bicicletas, empresa de mi familia. Ahí trabajo en el área de comunicación con mi tío Antonio Liévano, un hombre de 50 años, canoso desde joven y característica principal que lo describe, es padre de tres hijos, y amante del vallenato desde que tiene memoria.

Toño como es conocido en la familia, amigos y negocios, tiene tres hermanas, Cristina, Claudia y Fanny, la última es mi mamá. Todos son socios de la empresa aunque el gerente es mi abuelo Antonio, amante de las rancheras y claramente de Vicente Fernández. Toño mientras escuchaba Diomedes Díaz recordaba cuando su papá ponía los acetatos en el tornamesa de la casa, mientras mi abuela cocinaba o estaba cociendo en su mecedora.

Mientras yo trabajaba en mi computador en el escritorio de mi madre, me contaba de la gran colección que tenían en la casa, por un lado las populares rancheras de mi abuelo y por el otro lado los vallenatos de mi tío.
Cuenta que mi madre aún guarda el tornamesa de la casa, ya no sirve pero es una reliquia de la casa, y algunos de los acetatos.

Cantando algunos vallenatos y hablando discutíamos la reinvención de los acetatos hoy en día, y por mi parte le discutía que los acetatos son una tecnología muy bonita y me parecía que era algo más de colección, pero no para  un uso diario y común en una sociedad tan avanzada en la tecnología de la música. Por mi parte prefiero unos audífonos, sin embargo le contaba que una tarde romántica o noche de chicas sería interesante usar los acetatos.

Con carcajadas me contaba que no solo eran para esos planes, también existían los acetatos con las tablas de multiplicar para estudiar y aprendérselas, y con una cara de satisfacción me dijo que fue lo mejor que le pudo pasar  en su niñez.


Para terminar me dio una entrevista en cámara dándome su punto de vista crítico con los acetatos y su uso hoy en día, luego nos fuimos almorzar un sancocho con mi abuelo y no podía faltar el vallenatico en el carro, de camino a casa. 

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